Este es el que le invita

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Sant Antoni de Calonge, Catalunya, Girona, Spain
Mis padres me nombraron y dieron sus apellidos, marcaba eso mi pasado, pero el presente, el diario vivir fue dándome otros nombres, así que soy Zaquizamí, palabra árabe hispana que significa "el cielo como techo"; también soy Tekisui, la "gota de agua" que horada la piedra; y "El Caminante" según el Libro de las Mutaciones. Pero por sobre todo mi nombre es el que me pondrán cuando me vaya, entonces quizás sea "El que se fue", y eso será suficiente.

martes, 27 de enero de 2009

Serie: Cuentos cortos

La Huida

 

Esa tarde.

Las moscas rondaban la mesa que había quedado servida; aún humeaba parte de la comida sobre los platos, una servilleta estaba caída sobre la sillita de una niña, como si quien estuviese sentada hace un momento allí, hubiera sido sacada con cuidado y sin apuro, casi con el consentimiento de todos.

Según la cantidad de platos, estaban presentes por lo menos 5 personas incluyendo a la criatura. También se podía ver que algún animal, perro o gato, había rondado la mesa en el momento en que decidieron retirarse.

En las habitaciones contiguas nada delataba el destino de la familia; en las afueras de la casa tampoco, ni siquiera huellas que mostraran la dirección en que se habían ido. No estaban sencillamente.

A los vecinos les pareció bastante raro el primer día, luego de la extrañeza pasaron a la costumbre y la mesa servida fue desapareciendo con el viento, con los gatos, con los pájaros y los gusanos que dejaron las moscas, con el fin de que se propague la especie.

De a poco, una vecina solidaria y cercana a la familia, se arrimó y fue sacando, primero con cuidado de ser vista y luego a ojos vistas de los demás, la ropa de blanco, los utensilios de cocina, algún que otro artefacto, la ropa de los placares y así todo lo útil que perteneció a ellos; bajo la excusa de guardarlos de los ocasionales y siempre previsibles, amantes de lo ajeno. Al fin porque dejarlo allí, si solo se arruinarían y no cumplirían con el cometido de su existencia como tal; que la cocina para la hija que se caso apurada por el sexo, que la cama para el mayor que desvencijó la suya de tanto rock y amigas, que las sábanas bordadas para quedar bien con el casamiento de la prima segunda, que la heladera después que se quemó la de ella, así cada cosa fue terminando su ciclo de utilidad en distintos domicilios.

De este modo se fue despoblando la casa y perdiendo la identidad que generalmente le dan sus habitantes, con sus gustos, sus adornos, su caos, sus colores, en fin con todo aquello con que identificamos los lugares en que vivimos, dejando nuestras huellas. Esas marcas que son tan visibles.

Cuantas veces vemos a alguien en la calle, en una oficina, en un negocio, y su imagen nos deja la sensación de conocer su forma de vida. Podemos imaginar, en ocasiones acertadamente, como es su vivienda, cuales son sus gustos, como y hasta de que se alimenta; es una imagen que nos habla, si prestamos atención, de sus apetencias y de su situación dentro de este universo, de su filosofía, de sus características familiares; hasta del olor que podríamos percibir si nos acercáramos lo suficiente; y eso con solo observar con detenimiento y entablando una relación, aunque a la distancia, de empatía con el otro. De igual manera nos relacionamos con las cosas que utilizamos, con los lugares que habitamos y así vamos impregnando su materia de una parte de nosotros, son nuestras prolongaciones, nuestras líneas de anclaje en este mundo.

Ellos también habían dejado sus huellas y el tiempo y los vecinos se encargaron de ir borrándolas, como también borraron sus recuerdos de sus mentes y corazones; y su apellido, luego los nombres y por último sus caras y apodos desaparecieron y terminaron siendo, los que se fueron.

La casa permaneció vacía por algunos años, nadie reclamó nada, nadie regresó para pedir herencia sobre el inmueble, nadie vino a preguntar por los que desaparecieron ese día.

Los rosales se rindieron a las enredaderas invasoras, al igual que el jazminero, que viéndose amenazado por los yuyos, murió de angustia y tristeza, clamando con la última flor por un pasado glorioso.

El tejado de madera comenzó a sentir el deterioro por la falta de mantenimiento, primero fue la pintura que se descascaró, luego la madera se pudrió y finalmente los extremos se curvaron peligrosos, hasta que cayeron dejando agujeros en el techo, que la lluvia aprovecho para humedecer las paredes y llegar hasta el alfombrado rojo con rombos negros.

En el primer tiempo, la policía abrió un expediente y asignó a un equipo de investigación, al fin era un caso con rasgos extraordinarios que tenía esas tendencias al escandalete, que apasiona a los medios de comunicación y daría a todos los que se arrimaran a ese fuego sagrado, que son las noticias policiales, luz prestada para aparecer con opiniones, con especulaciones, videncias, aproximaciones y ser testigos de lo que nunca vieron, pero que podrían aportar el dato faltante a un rompecabezas sin sentido. Así pasaron desfilando las autoridades, los vecinos cercanos, los maestros de las escuelas donde concurrían los hijos, el jefe de sección de la fábrica donde trabajaba el hombre, el verdulero y el panadero, asiduos visitantes de la casa con sus pedidos de comestibles y los de la comunidad religiosa, esa del edificio grande y amplio, vacío e inútil de lunes a sábados y llenos de devotos, fieles y seguidores los domingos. Con el correr del tiempo la policía fue restando hombres al caso, hasta que solo fue un expediente más sin cerrar, por simple norma burocrática y no otra cosa.

Los que se fueron dejaron de ser noticia en los periódicos y pronto, aún antes que el interés policial decayera, todos se habían sumado a aconteceres de mayor actualidad y atracción para el morbo siempre presente de los que, incapaces de vivir su propia vida, viven de las ajenas; participando, opinando, discutiendo y haciendo de esos hechos sus centros de atención necesarios para su enlace relacional con el mundo. Y no es que esté en contra del periodismo, sino que no adhiero a la innecesaria e indecente modalidad de manipular el interés de las personas, con el único fin de vender un espacio publicitario, en medio de la sangre desparramada en una calle cualquiera, por un anónimo que ocasionalmente pasó por allí y el destino le propinó su final.

Junto con el deterioro de la casa, llegó el deterioro de la sociedad y con ellos las apetencias de los sin vivienda, de los cartoneros, de los recicladores, de los necesitados, de los justicieros políticos y los que una noche la ocuparon al amparo de un artilugio legal, poniendo cortinas con arabescos multicolores en las ventanas sin vidrios; cerrando puertas arrancadas, con tablas desparejas, y tendieron sus ropas en el patio cruzando un cable de árbol a árbol; y sus perros corrieron por el pasto alto aplastándolo, dejando sus huellas y marcas en cada rincón. La casa regresó a la vida desde otro punto de vista, desde otra estética, otro orden, otra familia.

Solo quedó en una pared, que supo estar pintada de blanco, escrito con carbón, la siguiente frase: “aquí vivieron los que se fueron”; absurdo graffiti que quiso decir mas de lo que se veía y ocultar, talvez, la verdad clara de lo ocurrido. Muchas tardes he caminado sin rumbo por las calles de mi barrio, y siempre me he detenido a releer el texto carbonoso de esa pared. Y estoy armando en mi mente, de a poco, una explicación razonable.

El jazminero ha pasado a ser un último vestigio, alzándose hirsuto, con las ramas desesperadas hacia el cielo, como preguntando porque no se fue él también. O quizás me equivoque y sea un simple saludo.

Desmenuzando el mundo en que vivimos, podemos constatar que todo cuanto está, forma parte de un número finito de materiales, que combinados y estructurados, le dan forma y utilidad; así de ese modo todo se transforma, todo se recicla, todo puede desarmarse en finitas partes que unidas o combinadas vuelven a ser, con otra utilidad, con otra estructura, pero siempre acotados en el número de materia a utilizar. Hasta nosotros, como materia organizada, cuando morimos terminamos siendo minerales, vapor de agua, enzimas, predeterminadas cantidades de elementos que nutrirán plantas; seremos parte de una piedra de la que se sacará el hierro para forjar una pieza que finalice siendo una máquina de embutir chorizos, o nos convertiremos en combustible de un vehículo que llevará a una pareja a un lugar solitario, para darse el primer beso.

Pero los que se fueron, no entraron en ese ciclo, no estaban, se habían ido y habían roto la cadena, el círculo armonioso de la reutilización de ese número finito de materia disponible; había un faltante en el stock celeste, algo se perdió camino al retorno.

¿Era posible esto en un sistema que se alimentó así durante milenios, que bajo esas normas fue organizado? ¿Dónde estaba esa materia faltante?

En el buzón de una de las pocas vecinas que aún recordaba algo de los que se fueron, sobretodo cuando abría la vieja heladera que les había pertenecido, apareció un sobre de papel madera con una caja chata de latón en su interior; y digo apareció porque ese es el término justo; nadie, de ningún sistema de correos había llevado allí ese sobre, ni tampoco se supo de persona alguna que lo haya hecho; simplemente apareció. En esta época de grabaciones en discos compactos, de memorias virtuales y excelencias electrónicas, fue difícil identificar en un primer momento el contenido de la caja metálica; era un carrete de cinta magnética que se usaba para grabar sonidos en los años en que la casa de los que se fueron, quedó vacía.

Buscando entre los trastos viejos apareció un grabador de cinta abierta, como se le llamaba; rápido pusieron la cinta y reprodujeron con algunas dificultades, la grabación. Era la voz de un hombre que a ella, de inmediato le resultó conocida; era el vecino, el que se fue, el que había desaparecido junto a su familia, el que había dejado la casa con la mesa servida, ese mediodía. Contaba una historia simple y concreta. Su voz era tranquila, pausada, evidenciaba un alto grado de paz, que a pesar de las limitaciones de la grabación, se trasmitía a todo el que le escuchaba.

Y como es corta, se las transcribiré completa, tal como la recuerdo:

“ Hola, soy López, Juan López, el esposo de Mary, padre de Juancito, Mariano y Cecilia, dueño de la casa de la ochava, la del jardín con el jazminero, justo al lado de la de ustedes; creo que nos recordarán? Ustedes nos conocen, no somos de molestar a nadie, ni importunarlos con nuestras cosas, pero se nos pidió que les explicásemos algo de la manera más simple posible; por ello les cuento que esta mañana al levantarnos, planeamos pasar este sábado en familia y como habrán visto, corté el césped del frente y también barrí las últimas hojas de este invierno que se va apurado por la primavera; Mary y Cecy prepararon el almuerzo y junto a mis varones, a las doce nos sentamos a almorzar; apagamos el televisor, conversamos sobre nuestros proyectos y tratamos de trasmitir a nuestros hijos, aquellos conceptos que creemos serán útiles en el desarrollo de su vidas. Hablamos de la necesidad que habrá en el mundo que les tocará vivir. Que, por más que el tiempo pase para bien y se logren avances de todo tipo, el amor deberá prevalecer como principio y fin de cada cosa que hagamos; entonces, Juancito preguntó que era el amor a lo que tratamos de responder dentro de nuestra ignorancia, y con la mayor claridad. Nos fuimos enredando en palabras, conceptos y experiencias vividas; pero al fin, parecía que les quedaba claro que, lo único en el universo que no tiene oposición es el amor. Que todo cuanto hay tiene su imagen, como en un espejo, menos el amor. Fue entonces que Cecy dijo:

-Pero Papá, entonces, si así es el amor, ¿que es el odio?- Pensé que había llegado lejos en las explicaciones y que posiblemente me hubiese equivocado pensando en la característica de unicidad del amor, cerré mis ojos y haciendo un esfuerzo busqué la respuesta; por fin le respondí:

-Hija, el odio es una forma mal estructurada, mal construida del amor; quien dice odiar, ama de forma equivocada, pero ama al fin. No está exento de sentir ninguno de nosotros; los que estamos en este universo no estamos exentos de sentir amor. Podremos expresarlo bien o mal, pero siempre será amor, aún cuando digamos que odiamos, estaremos mal amando-.

Mis palabras, les aseguro, salieron del corazón como si hubiesen estado allí esperando la orden de partida, casi puedo asegurar que no eran mías. El silencio reino en nuestra casa por breves instantes, creo que hasta los pájaros detuvieron sus trinos. Nos levantamos de la mesa, nos tomamos de las manos y nos fuimos. No sé porque, ni como ocurrió, pero nos fuimos y aquí estamos desde este mediodía, felices. Hemos comprendido todo lo que debíamos comprender, todo lo que nos hacía falta, estamos bien. Por eso y para que no falte el pedacito de materia que éramos allí, les enviamos nuestros saludos, nuestra historia y el recordatorio de que todo se recicla, menos el espíritu del amor. Que sean felices. Es nuestro ruego desde aquí.”

El silencio encerró a todos por un momento, las palabras adquirieron significado, sus mentes se abrieron paso hacia algo que sabían, incrustado en su ser interno, pero que no habían reconocido; afuera, una camioneta desvencijada, que hacía la propaganda del sorteo del hipermercado que instalaron a tres cuadras, les sacó del estado de concentración y recordaron que tenían tareas y cosas por hacer; solo quedó ella, la vecina; sola sentada en su viejo y cómodo sillón masticando la historia; retrocedió algo la cinta, volvió a escuchar el mensaje desde aproximadamente la mitad, apagó el aparato y se fue.

 

Esta mañana encontré en mi buzón un sobre color blanco y violeta con un disco compacto dentro. Entonces supe donde había ido la vecina esa mañana; la que desapareció como los que se fueron. Ya sabía la historia, por lo que tiré el cd a la basura, para que se recicle y me prometí pensar con valentía, uno de estos días, respecto a lo que sé y que aún no reconozco. Y talvez me vaya; o por lo menos, será mi deseo desde ahora. Y por favor, cuando lea esto, no se olvide de arrojar el papel a la basura, para que se recicle cuanto antes; no quiero tener que dar explicaciones de un faltante de materia. Gracias.

 

 

 

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