Un grano de arena, un incordio, una molestia, un obstáculo. Es lo que hace que una ostra perlífera, irritada, fastidiada, resuelva su problema dándonos una valiosa moraleja; enojada e incómoda, envuelve con sus propios fluídos el motivo de su tormento y con la paciencia infinita que la naturaleza la dotó, pone capa sobre capa hasta que la piedra de tropiezo se convierte en una maravillosa, reluciente perla.
Si fuesésemos lo suficientemente sabios, tomaríamos cada tropiezo y lo cubriríamos con las buenas intenciones, convirtiéndolo en perlas, en joyas.
Cuando un collar de estas perlas embellece aún más a una mujer, recuerdo que en cada una de ellas se encierra un obstáculo superado por una solitaria ostra en medio del mar.
Y como ambiciono las cosas bellas, deseo estar siempre incómodo.
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